J. J. Cale, la muerte de un outsider
Siempre supuse que J. J. Cale
pasaría a la historia, más que por outsider,
por ser el inmortal compositor de una canción genuina. La historia del rock ha
tendido a crear, paralelamente a la historia de músicos con mucho éxito, por
esta o por aquella razón, figuras míticas que nunca consiguieron un éxito
rotundo. Una canción espléndida da para mucho. Lo sabemos. Pero quedarse con Cocaine a la hora de hablar de J. J.
Cale es faltar a la verdad con terribles faltas de ortografía.
Hizo bien -y eso salvó a Cale de
un mayor ostracismo- el gran mano lenta
de popularizar Cocaine en un álbum de
1977, precisamente titulado (Slowhand),
y poco antes editar otro de sus grandes éxitos, After Midnight, tema de Cale, que Clapton sumó a su primer disco en 1970, un año que el guitarrista daba a conocer también un tema como Layla, esta vez con The Dominos. Cocaine, popularizada por el guitarrista
y cantante hasta la saciedad, en verdad le venía como anillo al dedo al gran
Clapton, cuya leyenda en torno a las drogas se hallaba llena de lados oscuros,
como proclama la letra de la canción (Perdiste
los sentimientos, pero debes seguir en movimiento). Al margen de Clapton,
también compuso temas que rescataron otras bandas, como Call me the Breeze, que
popularizó el grupo Lynyrd Skynyrd, canción que refutaba
un estilo cercano a cierto rock perezoso, tan característico en Cale.
Bien, al margen de esto, ¿qué fue
del gran músico de culto J. J. Cale? ¿Dos temas inmortales dan para tanto? La
impresión es que sí. Pero Cale fue productor de un sonido propio (Tulsa Sound) y
autor de algunas obras maestras que, no en vano, no han traspasado las gruesas paredes
de la música comercial. Nacido en Tulsa,
Oklahoma, en 1938, su gran obra maestra es Okie
(1974), el cual resultaba un homenaje a esa zona de los EE.UU., y a aquellos
habitantes serenos, huidizos que la pueblan, llamados popularmente okies. La voz de Cale, única y personal,
ha querido dar tono a aquel ambiente quejumbroso, donde los arbustos vuelan
fantasmales cerca de los ranchos, y el desierto se hace infinito pese al polvo
que se levanta en cada momento. Okie
fue su mejor y más redonda obra, que es interpretada carraspeando, más que
cantando. En los discos de Cale hallamos bluegrass, R&B, rockabilly, country,
jazz (o smoth jazz, mejor), rock a secas y ese blues urbano que Sabina ha
sabido desarrollar a su manera. Escuchando Okie,
sus guitarras cristalinas, roncas como su voz, uno se rinde a temas como I Got the Same Old Blues, Crying,
Cajun Moon o el fantástico I’d Like to Love you Baby, con un riff
muy aproximado al futuro Cocaine.
Pero otros trabajos más suponen una brecha profunda en el R&B y el blues
rock blanco de los años setenta. Pienso en Naturally
(1971), Really (1972) y, por supuesto, Troubadour
(1976), que ahora tengo en mis manos, y que considero uno de mis tesoros discográficos.
Este álbum incluye, entre
otras piezas maestras, Cocaine, Travellin’ Light, Hold On, I’m a Gipsy Man
o You Got me on so Bad.
Otros discos, han marcado la ruta
del espinazo de la carrera de Cale, muy asociada también a la producción (como
ocurrió con el cantante de blues John Hammond). Shades (1981), Number 8 (1983), Travel Log (1990), Number 10
(1992) o Guitar Man (1996) han ido
desgranando en el tiempo las canciones de Cale. Entre sus últimos discos, To Tulsa
and Back (2004) y la inevitable colaboración con Eric Clapton The Road to Escondido (2006) acercaron
al gran Cale (ya leyenda viva) a un público nuevo, más joven.
John Weldon Cale, bautizado como Jean-Jacques
Cale (J.J. Cale) por uno de los productores de sus discos, ha muerto de un
ataque al corazón, del que no se sobrepuso a tiempo, en un hospital de La
Jolla, California. Triste, espiritual, delicado, mundano, quejumbroso, alejado
del mundanal ruido de la industria del rock, nos deja un legado insustituible.
Su influencia es monstruosa. Pienso en Tom Petty, Eric Clapton, Mark Knopfler (y Dire Streets, claro), Chris Rea, The Allman
Brothers, Neil Young, Roxy Music, Nick Lowe, John Cougar, Santana, Nick Cave… e,
incluso, veo cierta conexión con otro de los grandes mitos que admiro a ciegas:
Tom Waits. Con su sonido peculiar y atrayente, único, pero sin estilo
concebido, J. J. Cale queda en la historia del rock como uno de sus ejes más díscolos
y soberbios.