domingo, 28 de julio de 2013

J. J. Cale, la muerte de un outsider


Siempre supuse que J. J. Cale pasaría a la historia, más que por outsider, por ser el inmortal compositor de una canción genuina. La historia del rock ha tendido a crear, paralelamente a la historia de músicos con mucho éxito, por esta o por aquella razón, figuras míticas que nunca consiguieron un éxito rotundo. Una canción espléndida da para mucho. Lo sabemos. Pero quedarse con Cocaine a la hora de hablar de J. J. Cale es faltar a la verdad con terribles faltas de ortografía.

Hizo bien -y eso salvó a Cale de un mayor ostracismo- el gran mano lenta de popularizar Cocaine en un álbum de 1977, precisamente titulado (Slowhand), y poco antes editar otro de sus grandes éxitos, After Midnight, tema de Cale, que Clapton sumó a su  primer disco en 1970, un año que el guitarrista daba a conocer también un tema como Layla, esta vez con The Dominos. Cocaine, popularizada por el guitarrista y cantante hasta la saciedad, en verdad le venía como anillo al dedo al gran Clapton, cuya leyenda en torno a las drogas se hallaba llena de lados oscuros, como proclama la letra de la canción (Perdiste los sentimientos, pero debes seguir en movimiento). Al margen de Clapton, también compuso temas que rescataron otras bandas, como Call me the Breeze, que popularizó el grupo Lynyrd Skynyrd, canción que refutaba un estilo cercano a cierto rock perezoso, tan característico en Cale.

Bien, al margen de esto, ¿qué fue del gran músico de culto J. J. Cale? ¿Dos temas inmortales dan para tanto? La impresión es que sí. Pero Cale fue productor de un sonido propio (Tulsa Sound) y autor de algunas obras maestras que, no en vano, no han traspasado las gruesas paredes de la música comercial. Nacido en  Tulsa, Oklahoma, en 1938, su gran obra maestra es Okie (1974), el cual resultaba un homenaje a esa zona de los EE.UU., y a aquellos habitantes serenos, huidizos que la pueblan, llamados popularmente okies. La voz de Cale, única y personal, ha querido dar tono a aquel ambiente quejumbroso, donde los arbustos vuelan fantasmales cerca de los ranchos, y el desierto se hace infinito pese al polvo que se levanta en cada momento. Okie fue su mejor y más redonda obra, que es interpretada carraspeando, más que cantando. En los discos de Cale hallamos bluegrass, R&B, rockabilly, country, jazz (o smoth jazz, mejor), rock a secas y ese blues urbano que Sabina ha sabido desarrollar a su manera. Escuchando Okie, sus guitarras cristalinas, roncas como su voz, uno se rinde a temas como I Got the Same Old Blues,  Crying, Cajun Moon o el fantástico I’d Like to Love you Baby, con un riff muy aproximado al futuro Cocaine. Pero otros trabajos más suponen una brecha profunda en el R&B y el blues rock blanco de los años setenta. Pienso en Naturally  (1971), Really (1972) y, por supuesto, Troubadour (1976), que ahora tengo en mis manos, y que considero uno de mis tesoros discográficos. Este álbum incluye, entre otras piezas maestras, Cocaine, Travellin’ Light, Hold On, I’m a Gipsy Man o You Got me on so Bad.

Otros discos, han marcado la ruta del espinazo de la carrera de Cale, muy asociada también a la producción (como ocurrió con el cantante de blues John Hammond). Shades (1981),  Number 8 (1983), Travel Log (1990), Number 10 (1992) o Guitar Man (1996) han ido desgranando en el tiempo las canciones de Cale. Entre sus últimos discos,  To Tulsa and Back (2004) y la inevitable colaboración con Eric Clapton The Road to Escondido (2006) acercaron al gran Cale (ya leyenda viva) a un público nuevo, más joven.

John Weldon Cale, bautizado como Jean-Jacques Cale (J.J. Cale) por uno de los productores de sus discos, ha muerto de un ataque al corazón, del que no se sobrepuso a tiempo, en un hospital de La Jolla, California. Triste, espiritual, delicado, mundano, quejumbroso, alejado del mundanal ruido de la industria del rock, nos deja un legado insustituible. Su influencia es monstruosa. Pienso en Tom Petty, Eric Clapton, Mark Knopfler (y Dire Streets, claro), Chris Rea, The Allman Brothers, Neil Young, Roxy Music, Nick Lowe, John Cougar, Santana, Nick Cave… e, incluso, veo cierta conexión con otro de los grandes mitos que admiro a ciegas: Tom Waits. Con su sonido peculiar y atrayente, único, pero sin estilo concebido, J. J. Cale queda en la historia del rock como uno de sus ejes más díscolos y soberbios.